Después de 243 kilómetros me espera en la puerta del Museo de Cádiz, Miguel Angel Valencia. Es una de esas personas que quieres que te toque al lado en un viaje largo. Todo cuánto dice me interesa, me divierte, me provoca o me asombra.
Gracias a la ampliación de las fechas de exposición, puedo hoy visitar esta simbiosis entre lo clásico y lo contemporáneo. Debo aprender a gestionar el tiempo, tal y como me recuerda de vez en cuando Belén González. Tres meses no me han bastado para encontrar noventa minutos para acudir a cien metros de donde trabajo. Esto no me puede volver a pasar. Sobre todo porque si llego a perderme esta tarde, no hubiese retomado este blog.
Otro de los benditos culpables es Juan Alonso de la Sierra, el director del Museo que aparece a los dos minutos, con esa sonrisa bárbara que lleva puesta siempre que lo veo. Tiene una sensibilidad escandalosa, es capaz de ilustrar cada calle, cada cuadro, cada pieza, con un relato embaucador, lleno de referencias históricas.
Entramos en el museo y comienza la experiencia. Las obras de arte contemporáneas van maridando a las piezas clásicas. Una delicada digestión.
No es sólo mirar, es que Miguelo te cuenta por qué está la pieza colocada en este lugar. Qué la legitima en ese espacio. Una foto de Pedro García Romero ( director artístico de Israel Galván) junto a un trabajo de José Piñar atrapan miradas junto al Dios Baco del mosaico romano.
Todas las obras expuestas forman parte de la colección de la Diputación Provincial de Cádiz, que desde 1985 ha ido conformando como una de las más grandes y exquisitas de arte contemporáneo. Tengo el privilegio de que llegue también Eduardo Rodríguez. El no querrá leer esto, pero él es el artífice de esta apuesta por la permanente adquisición de este arte contemporáneo. Tras las instituciones y los proyectos siempre hay un nombre propio y este es el suyo. Tiene un sentido estético sublime.
Llueve afuera en la plaza Mina y mientras tanto, me paseo con Miguelo, Eduardo y Juan por las salas de esta casa para codearme con Chema Madoz y los sarcófago antropoides, con Nazario y Rubens, con Antonio de Felipe y Murillo, con Hannah Collins y Van Orley.
Manigueta por el mundo es una pieza de Miguel Angel Valencia que no pasa desapercibida. Tres de los cuatro en un posado, cargando, cada uno, con esa parte de la vida de la que no puedes desprenderte. La visita es lenta y fresca. No sé a cuál de ellos mirar o escuchar. No sé si lo excepcional es la muestra expositiva o este privilegio de contar con ellos tres. Esto último es lo que hace que me sienta privilegiada. Han decidido ampliar hasta después de la Semana Santa así que me he apresurado a contarlo por aquí, en un arrebato de generosidad. Contarlo y no quedármelo sólo para mi. Para mi me quedo con los audios de Andre Moccio comparte con Eduardo, al ver su obra en este templo. Para mi son las confidencias de Juan Alonso sobre cómo reciben los visitantes esta experiencia. Todo para mi, esa inspiración que lleva a Miguelo a ubicar las piezas en ese preciso lugar para que después cada persona las interprete sin trabas ni normas, sin claves ni orden.
La obra de Francisco Almengló junto a las esculturas clásicas del patio viene a ser la foto de portada del disco. Voy a sacarle un partido al abrigo azul inimaginable. El vigilante de la sala disparaba divertido con mi móvil mientras componíamos el posado. Cuántas vidas pasan junto a los vigilantes de los museos... Joan Fontcuberta interpreta a Courbet con miles de imágenes que han salido de google, ese buscador que se erige ya como otro de los orígenes de este nuevo mundo.
Me falta visitar la exposición por la mañana, con la luz del día en las estancias. Seré recatada y no los llamaré esta próxima vez, pero los echaré de menos. Me queda también contaros uno de los momentos más transgresores y sin embargo armoniosos: al llegar a la primera planta Camarón aparece conversando con los monjes cartujanos. El premio nacional de fotografía Alberto García Alix y Zurbarán. No se puede gozar más.