Hay algo en mi cuerpo que salta de vez en cuando y me pone
en alerta. Es algo que está dentro, que está ahí, pero que a veces siento
adormecido porque otros menesteres se ocupan de tenerme entretenida. Los
coches, tengo un resorte anti coches que me quita el sueño. Grrrrrrr…
Me pongo de mal humor, me irrito con todo el mundo y acabo
escribiendo un correo a mi amiga Marta
Román, que es la que me comprende.
Estoy decidida a emprender y abanderar la lucha contra el
abuso del coche. Si, lo sé, voy a empezar por mí misma . Ya tengo compradas mis
botas de agua, mi chubasquero y
preparado mi calendario para poner una x roja cuando me venza la pereza
y se me adormezca la conciencia.
De una punta a otra de este bendito lugar hay apenas media
hora ( ya saben de mi problema con los números, así que no hablaré en
kilómetros) caminando. Yo tardo en llegar al trabajo quince minutos si me pongo el turbo en las
piernas y veinte tres si me paro a echar
un par de conversaciones ( que siempre me paro). No tengo tiempo de ir al
gimnasio porque trabajo mañana y tarde y las noches son para mi familia y mis
secretos. Los médicos aconsejan caminar mínimo una hora al día, seguida ( que
procuro cumplir en la Vía Verde o en la ahora transitada OL 30) y caminar hasta el trabajo es una excelente
oportunidad para hacer ejercicio, no
contaminar estos cielos y dar ejemplo.
Si una tarde les digo a mis hijas “hoy vamos a subir a
comprar unos zapatos” y a renglón seguido añado, “andando”, casi prefieren
quedarse sin los zapatos nuevos. Y estamos hablando de recorrer, paseando, una
distancia de media hora.
¿Cuándo apareció esto? ¿En qué momento nos dejamos embaucar
por los motores y empezamos a convertir a los niños en perezosos ciudadanos?
No voy a poder decirlo todo en este post. Esta es sólo la introducción. Auguro que habrá
segunda y tercera parte al menos, si no me sale una novela !!
Próximos capítulos: Los niños no encogen. La conquista del tiempo.
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