Cada año, se reúne una comisión, estudia a todas las candidatas y se decide por una. Puedo asegurar que en cada calle hay una historia o dos dignas de ser premiadas.
Este año, la vida premiada ha sido esta:
Había una vez una niña que vivió en un cuerpo de niño
durante dieciséis años.
La más pequeña de seis hermanos, llegó al hogar de Ana y Julián en 1989, en la
calle Tahona… donde dio sus primeros pasos y aparecieron también sus primeros
miedos.
Cuando empezó a hablar y andar… también empezó a
luchar contra sus sentimientos.
Nacer niña y sentirse en un cuerpo extrano no es fácil. Pero su infancia
transcurrió feliz, en la inocencia de hacer lo que a una le sale de dentro…
dice su madre… lo que más me gustaba era verla cómo disfrutaba poniéndose un
trapo en la cabeza, como si tuviese una melena y se la regalara al viento.
Llenaba todos los espacios con una sonrisa grande y
su voz, porque cantaba por todos los rincones, cantaba en el colegio, en la calle, en casa, en las tardes de la biblioteca donde trabajo , en los festivales de verano, incluso en la televisión autonómica apareció cantando. Una bella voz.
Siempre quiso ser mujer, así que su madre, cuando la calle
se quedaba vacía, le colocaba una falda rosa de tablas y la dejaba pasearse y
dar vueltas, para disfrutar del vuelo de la tela que cubría sus piernas.
Siempre fue muy niña, bailaba, hacía shows, se disfrazaba, le gustaba que la
vieran y a ellos les gustaba verla, sin sospechar qué había detrás, sin saber poner nombre a lo que
ocurría, sin nombrar, sin decir.
Un día le contó su secreto a una de sus hermanas, a Ana , para compartir sus miedos y seguir sin abrir la boca, sin querer
nombrar lo evidente.
Tú no despiertas un buen día y
dices "quiero ser chica". Es algo que eres, aunque tu naturaleza no quiera
revelárselo al mundo.
A los 12 años, cuando las chicas sienten que son hermosas y
cada día es una fiesta en el despertar de la adolescencia, ella decide acabar con su vida, decide poner fin al sufrimiento y lo
hace, como Marilyn, con unas pastillas,
para curar su dolor y acabar , por fin , con él.
Pero la vida tiene otros planes, sus hermanas la llevan al hospital y un simple lavado de estómago la pone otra vez en la vida. En la
dura vida… la de sentirse mujer en un
cuerpo extraño.
Sale de Olvera a trabajar porque sabe que su sueño necesita de un buen acopio de dinero y llega a Barcelona, a Salou, donde
se atreve a sacar todo lo que lleva dentro y por fin, empieza su proceso de
transición, un sueño… ya volverá a casa siendo Adriana, en un cuerpo pleno de mujer, completo. Pero antes de
marcharse, reúne a todos sus hermanos y les cuenta que es una mujer, que siempre
fue una niña transexual. Una más de las del centenar que hay en este país.
Si alguien se ha preguntado alguna vez cómo ha afrontado esto su familia, les diré que su familia la quiso siempre, pero ahora la quieren más. Que su padre estaría hoy orgulloso de ella, que sus hermanos la adoran, que sus hermanas no pueden pasar mucho tiempo sin verla, que su madre habla de ella y se le llena la boca de halagos y el corazón de felicidad.
Si alguien se ha preguntado alguna vez cómo ha afrontado esto su familia, les diré que su familia la quiso siempre, pero ahora la quieren más. Que su padre estaría hoy orgulloso de ella, que sus hermanos la adoran, que sus hermanas no pueden pasar mucho tiempo sin verla, que su madre habla de ella y se le llena la boca de halagos y el corazón de felicidad.
Una mujer fuerte que ha sido capaz
de transformarse en la persona que es ahora, en una mujer hermosa. Una mujer
capaz de levantar sentimientos y emociones de las de verdad, una mujer que por
donde pasa hace amigos, que donde entra a trabajar no quieren que se vaya, una
mujer que reparte sonrisas sin mirar a quién, que regala amabilidad y alegría,
una mujer de la que otras mujeres nos
sentimos orgullosas.
Sus jef@s la adoran
Adriana ha conseguido, además, ser un ejemplo de futuro para otras muchas mujeres que como ella van a luchar por lograr un mundo más respetuoso, un mundo en el que los niños que se sienten niñas no lloren por ello .
Junto a esta historia tan hermosa, Mujeres Alba ha premiado otra ( esto es algo inusual, dos premiadas en el mismo año), la de su madre:
Si es la alegría de mi casa, repite su madre sin parar.
Siempre lo fue, me dice una y otra vez Ana cuando la
llamamos para que nos cuente cómo fue la vida de Adriana.
Ana, una madre diez
Ana creció en una familia de siete hermanos y pronto tuvo que
vérselas con las dificultades.
Ella lleva consigo también una historia larga vivida,
una dura vida, con seis hijos, un marido enfermo, las necesidades del momento,
las penas en silencio, las lágrimas a escondidas, y ese buen hacer suyo, esa
ternura infinita, esa capacidad para hacer de su familia un solo nido, unido.
La vida no se lo ha puesto nada fácil a Ana, nunca. A sus 58
años, la vida le ha dado muy poquitos buenos momentos. La vida ha sido muy dura
con ella.
Esa superación
constante de mujer luchadora, que ha hecho que, en un lugar pequeño, dentro de este
mundo rural en el que nos movemos, en este pueblecito de la Sierra de Cádiz, se
haya puesto por bandera el coraje, la valentía, de no negar la condición de una
hija transexual, de apoyarla, de batir records luchando porque Adriana sea
feliz.
Adriana tiene la suerte de haber tenido una madre grande, una
madre que cuando lo supo se fue corriendo con ella, para ayudarla a conseguir
la femineidad buscada en su cuerpo... que ya no le vas a contar más penas a tu
almohada, Adriana, le dice su madre…
Sabes que soy de lágrima fácil. Aquí me tienes como una magdalena dentro de un cola cao.
ResponderEliminarUna emotiva historia contada de no menos emotiva manera.
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