No sé cuándo pensé la primera vez en Japón, pero debió ser cuando vi esta imagen la primera vez:
Después todo ha sido un ir y venir por los blogs, las guías en papel, el bienaventurado pinterest, las experiencias de amigos o conocidos que lo habían visitado... y una maravillosa coincidencia en las coordenadas de espacio/tiempo con mi amigo Fernando Platero ( un bibliotecario con vocación de samurai que ha abierto de par en par las relaciones entre Coria y Sendai), quien nos hizo un poco de allí, siendo de aquí.
Es un país hermoso,ordenado, silencioso, lleno de cosas bellas, de mezclas. Combinan las artes tradicionales con lo más extremo, coexiste la estética más moderna con los modales más refinados , el karaoke con la ceremonia del té. El respeto impregna sus vidas, en eso, Rafa ( otro amigo bibliotecario con quien he compartido esta aventura) parece japonés también. No voy a detenerme en sus políticas ni en sus tradiciones porque no acabaría nunca y quiero dedicar el post a lo que me ha ofrecido como visitante, nada más.
He encontrado una estética diferente en el norte y el sur de Honshu ( Hokkaido se lo he prometido a Zuri para cumplir otro sueño). El budismo y el sintoismo dividen casi todos sus templos y espacios. Y así vengo, con el corazón partío. Adoro esos espacios austeros de clara armonía ( para disfrutarlos debes llegar a primeras horas de la mañana) y me gustan también el bermellón y los mil colores de los bulliciosos templos sintoistas.
La primera vez que ví pasar a unas chicas con el traje tradicional ( esas yukatas y kimonos tan bonitos) por las calles de Kyoto casi fundo el móvil. Luego me acostumbré a verlas en bares, museos, comercios...de todas las edades... de todos los colores...ellos también.
Arashiyama se quedó con mi corazón. Miyajima, la isla sagrada. Repetiría mil veces el paseo nocturno por el barrio de Gion en Kyoto. Y cien el Camino de la Filosofía. El mercado de Nishiki. La cena con Madoka y Motoko. El almuerzo con Francesco. El templo Sanjunsangendo con sus mil budas mirándome. El trayecto hasta Tokyo en shinkansen.
En Nikko alcanzamos la otra dimensión.
Un ryokan familiar coqueto y sencillo. El río Daiya. Pasear en yucata hasta el onsen que no pude disfrutar porque el agua caliente no le sienta bien a mi cuerpo. Que una joven, en la noche ,nos acerque en coche, sin conocernos, hasta el restaurante que buscamos. La imprescindible app de google traslator.
Tokio, la ciudad donde viven treinta y cinco millones de personas, me atrapa. Mirar la ciudad desde Metropolitan Gobernment, de noche y de día. Perderse en la otra urbe subterránea y tardar media hora en encontrar la salida. El cruce de Shibuya. El parque de Koishikawa Korakuen. El crucero por la bahía de Odaika gracias a Mike Shirota y Setsuko. Kamakura. Todos los barrios que aparecen en las guías y nos dio tiempo recorrer pero sobre todo Harajuku, Asakusa y Shimokitazawa ( gracias a Lola, que ya es medio geisha). Yoyogi Park, por supuesto. La puntualidad horaria de los trenes y metros, el silencio, el respeto,el orden, la pulcritud de todos y cada uno de los aseos que he visitado en el país, la amabilidad.
Los chicos todos con bolso, las chicas con deportivas y trajes, los paraguas todos blancos, los zapatos de los porteadores de las
Volveré cuaquier primavera para disfrutar del hanami.
*Momiji: proviene de "momizu", que significa teñir algo de rojo. De aquí ha pasado a designar las hojas del arce japonés, que adquieren un precioso color rojizo en otoño.
* Hanami: literalmente significa "ver flores". Los cerezos florecen en Japón de finales de marzo a abril y es tradición sentarse en los parques a contemplar sus flores.
Impresionante como siempre. Tengo ganas de hacer un viajito juntos zurita-palma-mancio. "Tosandará".
ResponderEliminarQué maravilla! hemos vuelto a viajar con vosotros a ese precioso país. además de rallar el suelo con los dientes de pura envidia, claro esta
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