lunes, 27 de abril de 2015

Nepal y las lentejas

Mientras él pone unas lentejas con chorizo de pollo ( estoy aterrada ante la inminente colonización del pollo en las cocinas y llevo una cruzada secreta contra ese veneno), me viene a la cabeza la tragedia nepalí. Tan lejos...tan diferentes, tantos...
Hoy he preguntado a dos personas si sabían lo que había ocurrido en Nepal. En ambos casos, para establecer una conversación de esas de compartir trayecto y no más, hablando de lo que más suena ese día. Que no lo que más duele.
La vecina me ha dicho que no tenía idea, que ella algo había visto en la tele, pero que no le había prestado atención.
Una niña de 10 años me ha respondido que no, mientras subíamos ambas por la calle Nueva hacia la biblioteca municipal.
A la primera le he explicado el amargo suceso, con las cifras espeluznantes de muertos y desaparecidos. Me ha respondido: "es que ya no se le pone a una el cuerpo malo con nada".
A la niña le he contado que miles de niños y niñas como ella han muerto por un terremoto y aún hay montones de desaparecidos y me ha dicho: "pues yo no lo sabía".
Luego el día ha tomado su camino y probablemente ninguna de las tres nos hemos vuelto a acordar de ello. Estamos tan familiarizados con la desesperanza ajena que hasta una uña rota nos causa mayor dolor. Lo propio siempre adquiere otra dimensión.

Pero me he sentado frente al ordenador, he escrito Nepal y han aparecido las fotos del lugar.A solas, Nepal y yo...sin poder dejar de pensar en este preciso momento, en este, ahora...mientras mi casa ya huele a lentejas recién hechas ( aunque son para mañana), en esas madres llenas de polvo de la plaza Durvar, en la noche larga y oscura que tienen por delante...y me entra una pena...


jueves, 16 de abril de 2015

Japón llegó a mi vida

Si, lo asumo, llevaba meses sin dar señales de vida, señal de que la vida me ha tenido muy entretenida. Entre otros asuntos,he estado ocupando mi escaso y preciado tiempo libre alrededor de todo lo japonés que se me ha puesto por delante. Empecé en julio del año pasado y aún no he acabado de subir mi diario de viaje.  Como mis embarazos siempre han durado lo que han querido, puedo decir que mi tercer parto, el japonés, ha durado también eso. En julio del año pasado decidimos conocer el momiji* y recién llegada la primavera, casi tengo lista la aventura escrita.
No sé cuándo pensé la primera vez en Japón, pero debió ser cuando vi esta imagen la primera vez:


Después todo ha sido un ir y venir por los blogs, las guías en papel, el bienaventurado pinterest, las experiencias de amigos o conocidos que lo habían visitado... y una maravillosa coincidencia en las coordenadas de espacio/tiempo con mi amigo Fernando Platero ( un bibliotecario con vocación de samurai que ha abierto de par en par las relaciones entre Coria y Sendai), quien nos hizo un poco de allí, siendo de aquí.

Es un país hermoso,ordenado, silencioso, lleno de cosas bellas, de mezclas. Combinan las artes tradicionales con lo más extremo, coexiste la estética más moderna con  los modales más refinados , el karaoke con la ceremonia del té. El respeto impregna sus vidas, en eso, Rafa ( otro amigo bibliotecario con quien he compartido esta aventura) parece  japonés también. No voy a detenerme en sus políticas ni en sus tradiciones porque no acabaría nunca y quiero dedicar el post a lo que me ha ofrecido como visitante, nada más.


He encontrado  una estética diferente en el norte y el sur de Honshu ( Hokkaido se lo he prometido a Zuri para cumplir otro sueño). El budismo y el sintoismo dividen casi todos sus templos y espacios. Y así vengo, con el corazón partío. Adoro esos espacios austeros de clara armonía ( para disfrutarlos debes llegar a primeras horas de la mañana) y me gustan también el bermellón y los mil colores de los bulliciosos templos sintoistas.


 La primera vez que ví pasar a unas chicas con el traje tradicional ( esas yukatas y kimonos tan bonitos) por las calles de Kyoto casi fundo el móvil. Luego me acostumbré a verlas en bares, museos, comercios...de todas las edades... de todos los colores...ellos también.

 Arashiyama se quedó con mi corazón. Miyajima, la isla sagrada. Repetiría mil veces el paseo nocturno por el barrio de Gion en Kyoto. Y cien el Camino de la Filosofía. El mercado de Nishiki. La cena con Madoka y Motoko. El almuerzo con Francesco. El templo Sanjunsangendo con sus mil budas mirándome. El trayecto hasta Tokyo en shinkansen.
En Nikko alcanzamos la otra dimensión.



 Un ryokan familiar coqueto y sencillo. El río Daiya. Pasear en yucata hasta el onsen que no pude disfrutar porque el agua caliente no le sienta bien a mi cuerpo. Que una joven, en la noche ,nos acerque en coche, sin conocernos, hasta el restaurante que buscamos. La imprescindible app de  google traslator.

Tokio, la ciudad donde viven treinta y cinco millones de personas, me atrapa. Mirar la ciudad desde Metropolitan Gobernment, de noche y de día. Perderse en la otra urbe subterránea y tardar media hora en encontrar la salida. El cruce de Shibuya. El parque de Koishikawa Korakuen. El crucero por la bahía de Odaika gracias  a Mike Shirota y Setsuko. Kamakura. Todos los barrios que aparecen en las guías y nos dio tiempo recorrer pero sobre todo Harajuku, Asakusa y Shimokitazawa ( gracias a Lola, que ya es medio geisha). Yoyogi Park, por supuesto. La puntualidad horaria de los trenes y metros, el silencio, el respeto,el orden, la pulcritud de todos y cada uno de los aseos que he visitado en el país, la amabilidad.


Los chicos todos con bolso, las chicas con deportivas y trajes, los paraguas todos blancos, los zapatos de los porteadores de las rickshaw, la planta baja de los supermercados llenas de comida y dulces para llevar, el sushi, las telas, los seven eleven.

Matsushima de la mano de Yasue, Maki, Sendai, la cena con la delegación del ayuntamiento, el señor Ave san, la mediateca, el sentido de la orientación de mi amore, el regreso a Shinjuku, las tazas de los wc siempre calentitas y los seis chorros de higiene genital que incluyen.

La atenta Eva, los  palos selfies de cada esquina, los ritos en cada templo, el maguro, el tren sin conductor que pasea por las nubes hasta Odaiba, las reverencias, la sopa miso, las marcarillas para la piel, los mil puestos de comida.



Volveré cuaquier primavera para disfrutar del hanami.


*Momiji: proviene de "momizu", que significa teñir algo de rojo. De aquí ha pasado a designar las hojas del arce japonés, que adquieren un precioso color rojizo en otoño.
* Hanami: literalmente significa "ver flores". Los cerezos florecen en Japón de finales de marzo a abril y es tradición sentarse en los parques a contemplar sus flores.